lunes, 15 de julio de 2013

Pablo Moreno

37° 10′ 41″ N
3° 36′ 3″ W
Fue a través de un foro, allí donde hoy se puede encontrar tanta información. Primero me llegó la pista de un niño de Huétor Tájar; meses después recibí la de Pablo Moreno. Ya había un nombre. En un primer momento pensé que eran el mismo chico, luego supe que éste era de Granada ciudad. Rápidamente, a la búsqueda de imágenes para constatar todas las buenas palabras. Ávido por confirmarlo. Sin cerciorarse de ello, uno no debería dotar después de un envoltorio de ilusión a todas esas magníficas descripciones. Y hay que tener en cuenta que hablamos de un talento puro. Con nueve años se presentó aparentemente desposeído ante los ojos: a retazos, en gestos que podrían parecer intermitentes, se observan las señas de cómo hará aquello. Aquello que será lo que mejor sabrá hacer en su vida.


Un fútbol a escala del campo
Obsesionados por sistematizar todo, hasta el juego, nos olvidamos que el futbolista utiliza sus recursos técnicos como un método de defensa. Si entendemos eso como algo ya abstracto, al menos sabremos que el recurso técnico es meramente la herramienta que nos facilitará el recorrido hacia portería. Dicho esto, podemos imaginar que hay jugadores que juegan a una escala mayor o menor, de todos esos que alcanzan una nota elevada en cuanto a precisión. Pues bien, a sus once años de hoy, Pablo Moreno utiliza el mediocampo de ataque a su escala natural. Cada gesto normal para progresar le sitúa en el lugar conveniente en relación a las dimensiones del terreno de juego. Siempre en predisposición de progresar o en visos de definir. Su habilidad y precisión ejemplifican finalmente esta percepción. Si comprendemos que Messi acorta las largas distancias a gran velocidad y precisión, no hará falta imaginar que Pablo lo hace de un modo natural. Es un físico, hoy, a la escala del campo -dimensiones de Fútbol 7-.

De su técnica, elegancia, giro, cambio de ritmo, diestra, toque y disparo. Se ayuda convenientemente de la zurda, pero es evidente que su pierna buena es la contraria. Al tener esa presencia evidente en campo, sus gestos son visuales, diáfanos, y su efectividad no es algo que debiera sorprender, por más que haya habido grandes genios que hayan obligado a observarlos a cámara lenta. Predica con su juego. No se le observan aspavientos. De su facilidad se desprende la mejor comunicación hacia sus compañeros. Y ese es un rasgo natural de los jugadores privilegiados.


Del manantial de Francescoli
Primero vestía el nueve a su espalda. En fútbol sala jugaba en la punta del rombo con los mayores y alternaba el ala diestra con sus coetáneos. Hoy, un par de años después, suele llevar el diez. Buscando en los misterios de la genética del juego, se emparentaría con un nueve y medio eterno que soñábamos que fuera diez y que él estiraba la goma hacia la portería: Enzo Francescoli. La cultura del juego surte también el manantial de sangre y florece con la interpretación del mismo. Pablo es esencia, dejaremos que disfrute y lo disfrutaremos desde este rincón silencioso.

Pablo Moreno (Final Campeonato Andalucía Benjamín Fútbol Sala 2011 -él era de primer año-)

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