jueves, 25 de abril de 2013

Boga

41°22′47″N
2°07′05″E
El alma del fútbol en Francia es la inmigración. Más allá de la obviedad que esto supone, no es caprichoso resaltar que esa es la faz con la que cualquier aficionado identifica una formación de Les Bleus. Un fútbol fuertemente enriquecido de su entorno en Europa, sus colonias y ex colonias en ultramar y, sobre todo, en África.

La influencia de este último continente se plasma de forma evidente en el físico de sus jugadores, lo que a edades muy tempranas supone una superioridad evidente sobre los coetáneos de países de su entorno. Pero con el paso de los años ese desorden de la efusividad juvenil desaparece a través del filtro que unos creen en la inteligencia táctica y otros más en el balón.



La fuente que emana a chorros en un principio, lo hace después gota  a gota. Y hay que encontrar una que no solo sacie los impulsos de sus compañeros, sino que también los guíe. Ante esta perspectiva que asoma cíclicamente, Francia siempre está buscando su faro.

Deteniéndonos en el proyecto de guía

Tranquilo, de pocos gestos. Pretendiendo pasar desapercibido. Desde cualquier parte de una grada del Mini Estadi, con poco público y bien esparcido, es muy probable que uno pudiese no cerciorarse de dónde se encuentra ese jugador distinto. No es el caso, uno sabía muy bien a quién iba a ver.

Como cualquiera de esos, también transmite aquella sensación de incomprensión. Camina por el campo ausente, como si viviera otro partido en su interior; como si el preludio y el desenlace de cada duelo fuera parte de la angustia de asumir que uno es diferente al resto. Jeremie Boga (Marsella, 3/1/1997) no es igual que los demás. Es mucho más joven que la mayoría y cuando la pelota roza por primera vez su bota derecha en el ambiente se susurra otra música.

Será que este Chelsea juvenil también sale a jugar a expensas del Barça. Será que no tiene peores jugadores que los catalanes. Pero realmente será y fue lo que quiso Boga. El niño que se trajeron de Marsella y que ancla el juego en una fría precisión que le aleja de lo convencional.

Con su permanente ausencia detonó el partido. Moviéndose en el hilo quebró y asistió de forma magistral para que finalmente Feruz abriera el marcador. Fue un fantasma que desaparecía provocando la inquietud de los jóvenes de Jordi Vinyals en la primaveral tarde barcelonesa. Podían sentirse superiores a su rival, como conjunto, pero esa turbadora presencia les abocaba a un desenlace cuanto menos incierto.

Se sabe que los más talentosos son los encargados de castigar la ineficacia del rival. Como enseñanzas del destino que nos insisten en qué estamos fallando en nuestra tarea, aunque en fútbol esto pueda suponer que nunca más se vaya a poder reparar. Boga tiene eso de aleccionador, palpable como concepto pero inalcanzable en cuanto a lo que nos muestra visiblemente.

Exuberancia en la precisión sin tal vez serlo tanto en lo físico. En su ambición podría posarse el destino entre los hermanos de color y otros. De si será capaz de asumirse como calmante para la efusividad de estos; amarrarles al campo y al juego, y que aporten un verdadero sentido al partido. Porque ese parece el eterno camino de una Francia futbolística que de lo más frondoso intenta abrirse un espacio.

Foto: Jeremie Boga (CHELSEAFC.com) 

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